martes, 29 de diciembre de 2015

DESEOS DE AÑO NUEVO

  
Calendario nuevo.
Comienza otro año con los mismos meses
de todos los años.
Empieza el primero por el primer día,
primero de Enero.

Los deseos viejos se lavan la cara,
peinan sus cabellos,
les ponen tiara .
Sacan una ropa de hace quince años
que ya ni les cabe,
de raídos paños.

Pintan las sonrisas  con rojos de fuego,
perfuman sus daños
con gotas de espliego.
Los deseos viejos, renacen más sabios
más fuertes y bellos
irguiendo sus cuellos.


Mis deseos viejos están tan bonitos
que hasta a mí me engañan
y los siento nuevos. 

Me miran, los miro
se ríen, me río 
me guiñan
me hablan y juegan:
"A ver si este año...
por fin conseguimos
cumplirnos
e irnos."

Isabel Salas

domingo, 27 de diciembre de 2015

PENSANDO


Y me quedo pensando si tienes muchos besos y dos manos, o a veces, al despedirnos,haces la magia inversa de tener muchas manos y dos besos. Uno con lengua que me das al llegar y otro con alma y olor a canela, que me regalas, cuando te vas.

Isabel Salas

ESPUMA


lunes, 21 de diciembre de 2015

DAME TU NOMBRE





Fola corría por la carretera de tierra entre todos los demás. No cargaba casi nada, apenas su bebé de cinco meses, al que protegía de los vaivenes de su carrera con su brazo derecho.
El izquierdo lo usaba para tomar de la manita a su hija de cuatro años a la que intentaba quitarle el miedo con miradas de aplomo fingido y palabras suaves que se perdían en el estruendo de los tiros lejanos y los lloros cercanos.

Vistos desde fuera, eran una familia africana más, una familia despedazada por guerras inútiles y crueles, arrancada de su vida, corriendo al huir de su aldea.
Sin destino.
Vistos desde dentro era una mujer asustada al extremo. Una madre que ponía todo su empeño y sus fuerzas en llevar a sus hijos lejos de aquel infierno.
Ella sí tenía un destino, lo más lejos posible.

Hasta hacía unas semanas Fola, su marido y sus cuatro hijos tenían una vida más o menos apacible a la que llegaban a veces ecos de guerras lejanas, pero en pocas semanas los ecos se hicieron voces y al final presencia viva.
Su marido se había marchado dos días antes tratando de poner a salvo a los dos hijos mayores, uno de catorce años y otro de doce, para evitar que fuesen reclutados como tantos niños y obligados a convertirse en asesinos precoces.
Niños soldados los llaman.
Estuvieron de acuerdo los dos, hablaron varias horas y decidieron que no era eso lo que deseaban para sus hijos amados. Así pues, el marido intentaría pasar la frontera con los hijos, y ella se juntaría a las mujeres con bebés que esperarían los camiones de la Cruz Roja para reunirse con ellos en el campo de refugiados, que decían que había a 140 kilómetros al norte.

Parecía un buen plan y como tampoco tenían muchas alternativas, se despidieron serenamente tratando de no demostrar pánico. No querían provocar más dolor ni miedo a los niños y, por eso, ese hombre y esa mujer, que se habían mirado tantas veces durante largos minutos a los ojos al hacer el amor en sus noches de intimidad y cariño, apenas se miraron un poquito a la hora de despedirse tal vez para siempre, con miedo los dos de prender sus miradas y que eso les impidiese la separación.
Al abrazarla él le dijo:
- Ya lo sabes todo... ¿Qué puedo añadir?
Y ella le respondió:
- Claro que lo sé, vete tranquilo. Está todo dicho, mi amor.
¿Qué otra cosa puede decirle una mujer a su hombre en una hora tan mala?

Después del último beso y el último toque cada uno se concentró en su misión y en los hijos de los que se hacía cargo.
Ella lo miró alejarse con paso animado, un niño de cada lado, sin darles la mano para que se sintiesen hombrecitos, cargando cada cual unos hatillos con lo mínimo. Sólo el menor se volvió una vez para mirarla, y ella que estaba preparada para eso, le hizo un gesto alegre de despedida mientras se bebía las lágrimas de aquel adiós tan tremendo.
Después preparó sus cosas.

Decían que los camiones llegarían por la mañana para recoger a las mujeres, pero los que llegaron fueron unos todo terreno cargados de hombres que disparaban a todo lo que se movía.

Fola tuvo suerte porque unos minutos antes de empezar aquella matanza ella había sentido la necesidad de acercarse a la entrada del bosquecillo por el que se habían marchado sus hijos y su marido, y como la niña estaba despierta, ansiosa y preguntando cuándo iban a juntarse con los hermanos, ella decidió que en vez de esperar en casa podían esperar dando un paseo para amenizar la situación.

Por eso cuando empezaron los tiros, ella se encontraba fuera su alcance.
No pensó en nada, ni en amigas o vecinas, apenas salió corriendo en disparada arrastrando a la nena. A ratos la hacía correr a su lado, a ratos la cargaba hasta que el brazo se le acalambraba. Descansaban cuando sentía que iba a morir por el esfuerzo y después seguían avanzando.

Quería llegar a la otra carretera, la que habían construido para transportar el coltán unos meses antes.
Así el día entero.
Más tarde pasaron la noche acurrucados los tres juntos. Ella agradeciendo a sus pechos la leche que le permitió alimentar al bebé y a la niña y analizando si sería buena idea rezar o mejor no llamar la atención de los dioses.
Decidió quedarse callada porque ante aquellos dioses tan crueles que permitían tantos desmanes, parecía buena idea pasar desapercibido.
Al amanecer salieron del bosque y encontraron otras  personas asustadas que se movían en la misma dirección.
Nadie saludó a nadie, nadie preguntó nada.

Era una fila más o menos ordenada de mujeres y viejos que llevaban sus niños con el único objetivo de salvarlos y salvarse.
Parecía que todo podría terminar razonablemente bien cuando de pronto oyeron una avioneta que se acercó rápida. Algunos saludaron alborozados pensando que era la ayuda que esperaban, otros miraron callados y otros como Fola regresaron al bosque que bordeaba la carretera por el miedo que todo les provocaba desde hacía días.
La avioneta bajó y abrió fuego contra la fila.

Fola le tapó las orejas a sus hijos mientras los apretaba contra ella y mentalmente espantaba las balas con la fuerza de su pensamiento.
Imaginó una burbuja de protección y allí se quedó meciéndose con sus hijos como cuando te duele una muela o un niño llora sin consuelo.
Mecer el dolor y el miedo es un recurso humano que no se sabe por qué funciona, pero todos lo practicamos alguna vez.
Y siempre consuela un poquito.

Cuando acabaron los tiros y la avioneta se alejó, fueron saliendo poco a poco del bosque los que se habían salvado.
La carretera era un reguero de cuerpos vestidos con alegres colores y posturas imposibles. Casi todos muertos, algunos heridos.
Fola decidió ignorarlos, no podía hacer nada y su única prioridad era salvar a los suyos. Sujetando la manita de su niña y acariñando al bebé que estaba metido en un paño amarrado a su cuello, aceleró el paso sorteando cuerpos.

Todo iba bien hasta que sus ojos encontraron los de una mujer herida. Una mujer más joven que ella, que trataba de incorporarse y la llamaba con su mano ensangrentada. 
La chica consiguió juntar unas palabras y casi las suspiró:
- Ayúdame. Ven.

Fola no quería ayudar.
No quería ir.
Sólo pensaba en sus hijos y no quería perder su tiempo, pero la chica la había mirado, la había llamado y ella se acercó con una disculpa preparada, que la otra pudiese entender al negarle la ayuda. La mujer tendida en el suelo se incorporó un poquito y entonces Fola vio que estaba encorvada sobre un bebé.

Un bebé intacto debajo de una madre moribunda en una carretera llena de personas asustadas.
Justo lo que ella necesitaba.

Se acercó sin decir una palabra y sin soltar a su hija se agachó al lado de la otra madre, mirándola sin hablar. ¿Qué se le puede decir a una mujer que se está muriendo desangrada en un mundo hostil dejando un hijo desamparado?
Se miraron las dos.
Los ojos de la joven iban del bebé a la niña y al rostro de Fola de nuevo. Tal vez buscando palabras también.
Las mismas palabras que sirvieron horas antes para despedir a su marido le parecieron adecuadas para dirigirse a aquella desconocida y por eso las dejó salir con suavidad:
- Lo sé todo. Está todo dicho. Quédate tranquila, mi amor.

Y soltando un instante la manita de su hija, cogió el bebé de la otra y lo acomodó en el mismo paño donde estaba el suyo.
Enseguida volvió a recuperar la mano de su niña que esperaba extendida en el aire. Era el momento de la despedida y las dos sabían que era para siempre.
La joven consiguió sonreír y Fola sacó el valor para pedirle:
- Dame tu nombre, para que pueda enseñárselo un día.

Pero la chica ya no tenía nada más que dar.
Lo había dado todo y sus ojos ya estaban cerrados.
Fola no se paró a ver si estaba desmayada o apenas muerta.
Se levantó y con sus tres hijos siguió su camino.
Agradeciendo a sus pechos la leche que garantizaban la vida.
Isabel  Salas



El cuadro que acompaña esta historia ha sido pintado por una artista de Valladolid que vive en Benalmádena.
Ella leyó la historia e idealizó a Fola, le dió  esa belleza serena y esa mirada profunda.
Nuria Velasco Vegas supo pintarla y nos la regala a todos para acercarnos más si cabe a esa realidad dura que las mujeres del Congo están enfrentando cada día.
Un beso a todas ellas y a Nuria un MUCHAS GRACIAS de esos  que traen globos de colores.



https://www.facebook.com/artenuriavelasco?fref=ts 

jueves, 17 de diciembre de 2015

EL CANARIO Y LA MÁQUINA DE COSER


A lo largo de mi infancia tuvimos varios animales en casa: perros, un hámster, una perdiz, tortugas, algunos palomos y un par de canarios. Los perros tuvieron nombres: Tany, Travolta, Kuiper y Chiqui. 

Esta última, con los años, acabó quemando la sala cuando arrastró la manta de la mesa camilla para arrimarse a la estufa que había en el centro. El fuego se extendió y terminaron ardiendo hasta los muebles antiguos de mi bisabuela Anita. Pero esa historia será para otro día. Los demás animales creo que se quedaron sin nombre o al menos no recuerdo si llegaron a tenerlo. 

Uno de los que se quedó sin bautizar fue un canario que debió estar por la casa más o menos cuando yo tenía entre diez y doce años y es de él de quien quiero escribir hoy. Aparentemente no tenía nada de especial. Hacía las mismas cosas que todos los canarios enjaulados. Se ponía muy contento cuando alguien le metía una hoja de lechuga o un pedazo de manzana entre los barrotes y se bañaba en el agua de una tapadera de Nescafé que le servía de bañerita. Se metía dentro y alborotaba salpicando agua para todos lados.

A mí me gustaba mirarlo.
Ver lo que hacía.

Algunas veces colocaba mi dedo sudado en el recipiente de alpiste y dejaba que se le pegaran unos granitos. Después lo introducía entre los barrotes y él venía a picotearlo casi sin rozarme la piel.Tan delicado.Tan suave.Sin miedo de mi mano grande ... y yo espero que sin rencor.

Nunca supe si en su cabeza chiquita de canario hubo alguna vez un tiempo para el odio de verse enjaulado. En mi cabeza de niña tampoco había espacio para esas consideraciones filosóficas en aquel momento. Yo me crié viendo a Félix
Rodriguez explicando como los lobos y los buitres leonados pasaban frío y hambre en la estepa castellana y mi canario me parecía feliz. Especialmente cuando me contaron en el colegio una cosa horrorosa sobre canarios y comparé la suerte de otros canarios con la de él. Fueron unas niñas que estudiaban conmigo en las Recoletas las que me lo dijeron. Estaban comentando que allí cerca del colegio había un hombre que tenía un taller de alguna cosa y lo tenía lleno de jaulitas con canarios, jilgueros y otros pájaros. Puse atención, porque sabía cuál era el local al que se referían, y realmente estaba lleno de jaulas minúsculas con sus aves dentro.

Siempre pasaba rápido por la puerta de aquel hombre porque me desagradaba ver tanto pájaro apretado. Demasiado pequeñas las jaulas, así como más tarde me han parecido demasiado pequeñas también esas peceras crueles las que se mantienen los peces zeta, que simplemente se quedan flotando allí en suspensión. 
Sin poder nadar. Como un huevo duro mirando al frente.

El caso es que a las niñas lo que de verdad las había dejado impactadas es que alguien les había dicho que aquel hombre les quemaba los ojos a los canarios para que cantasen más. Les quemaba los ojitos con la punta de un alambre caliente y por eso cantaban tanto. Porque estaban aburridos. O desesperados.


O algo.


Nunca supe si realmente era cierta aquella barbaridad, o fue la primera leyenda urbana que me colaron, como la de la chica en la curva o los secuestros de turistas para sacarles los órganos. Esos que después son arrojados vivos a los aparcamientos de los centros comerciales con una costura mal hecha en un costado y un riñón menos. Realmente jamás comprobé si aquel hombre, de verdad, les quemaba los ojos a aquellos infelices porque a partir de ese día evité pasar por su calle y si necesitaba pasar, lo hacía corriendo y mirando al suelo.

Nunca le pregunté a un adulto, nunca lo contrasté, como hacen los periodistas de prensa rosa. Me traumaticé y ya está. Me quedó una duda tremenda de si el canto de los canarios en las jaulas era de desespero o de alegría. Sentía vértigo cuando intentaba descubrir si lo que los humanos interpretamos como canción en realidad es un llanto. Más tarde aprendí que su canto tiene algo que ver con los cortejos nupciales pero en aquel momento me angustiaba mucho pensar que el ruido de los canarios eran gritos de desesperación. Hasta que mi mente infantil encontró una manera de
sosegarse: mi canario veía estupendamente y cantaba, luego su canto era feliz. Y con ese placebo dogmático me consolé.

El mío estaba contento.

Mi certeza de que todo estaba bien con nuestro canario sólo me abandonaba por unos instantes, cuando mi madre se ponía a coser con su máquina. Ella tenía una de manivela, otra de pedal y otra eléctrica. Cada una tenía su ruido, a cada una, ella le imprimía un ritmo diferente y las usaba para diferentes fines costuriles, pero todas, sin importar si estaban cosiendo camisas o trapos para limpiar, estimulaban al canario a cantar.


Él empezaba justo después que mi madre.
Se unían los dos cantos y parecía un concurso.
A ver quién lo hacía más alto.
Más rápido.
Más fuerte.
Más intenso...
Hasta el techo.
Hacia el cielo...
Hasta el sol.

Ya sabéis como son las máquinas de coser. Cuando la costurera coge una recta y domina el asunto como mi madre lo hace, la máquina se embala y parece que está subiendo una montaña.  El barullo es como el de un instrumento musical que acelera o aminora dependiendo del comando de quien cose y el canario se unía a aquel ruido con una pasión y una determinación que asustaban.

Intentando cantar más alto.
Imponiéndose.
Ignorando la lechuga o la bañerita, se acomodaba y adoptaba una actitud marcial. 
Guerrera. De valiente bien plantado. Y cantaba.

Cantaba y cantaba y parecía que le iban a reventar los pulmones. Yo me quedaba allí. Quieta. Espectadora de la sincronización entre la música que mi madre hacía y la que el canario le devolvía. A veces deseando que mi madre parase por miedo a que el pájaro cayese muerto del esfuerzo. Aliviada cuando ella descansaba un momento para acomodar la tela. Otras, deseando que la sábana fuese grande y mantuviese aquel ritmo perfecto que me dejaba alucinada escuchándolos a los dos. A mi madre a través de su costura y al canario que se unía a aquella fiesta casera de músicas domésticas para demostrarme que no hay que estar ciego para cantar.

Todavía puedo escucharlos.
Muchas veces he visto personas enfrentando complicaciones de la vida, enfermedades de hijos, desempleo... desesperación.

Las he visto callarse, derrotadas y sin fuerzas. Pero también he visto otras que se plantan delante del ruido que la vida les hace y cantan más alto. Se empinan, se inspiran.

Y cantan.
Más rápido.
Más fuerte.
Más intenso...
Hasta el techo.
Hacia el cielo.
Hasta el sol.


Se niegan a que el ruido las aturda y cuanto más complicado es todo más fuerte cantan. 
Cada una a su manera.Todas admirables.Y es a esas personas a quienes yo dedico estas páginas. A las que se olvidan de las lechugas y aceptan el desafío de cantar con la máquina de coser.


Enfrentando la vida como canarios.

Isabel Salas




SER ARTISTA


¿Cuántas fotos de esa torre hemos visto?
¿Cuántas fotos de la luna?

Y entonces llega alguien 

y hace la misma foto, pero a su manera,

y nos deja ver un ángulo nuevo de lo mismo de siempre.

Eso es ser artista.


Hablar de amor, de besos, de disgustos,
de niños muertos.
Cantar sobre mineros o sobre guerrilleros.
Pintar putas que parecen señoritas con miradas de niña 
y reinas que parecen prostitutas, 
baratas y vulgares,
a pesar de sus lujos y sus collares.

Con las siete notas 
hacer canciones nuevas que nos parezcan nuevas.
Y las canten las putas, los guerrilleros, las colegialas, 
las reinas y los mineros.
Convencidos todos de que el artista...
lo que hizo, 
canción, poema o cuadro,
lo hizo para ellos.

 Isabel Salas
 

Gabriele Caretti

Tour Eiffel: 
extraordinary contrast and perspective. 
Strong, clean and very precise shot.






















sábado, 21 de noviembre de 2015

INCREÍBLE


Parecía increíble.
Parecía mentira.
Y lo era.

Parecía un sueño.
Y lo era.

Parecía doloroso,
oscuro, gris.
Y lo fue.

Tan oscura la noche,
tan negra...
que ya no amanece igual.


Isabel Salas

SUAVE


Mi pelo es suave,
como yo,
como mis labios.
Suave como mis besos
y mi cariño suave.

Suave es mi alma
y suaves mis caricias suaves
que te esperan aquí,
en mi abrazo suave
que aguarda por ti.

Isabel Salas



TU PUERTA

Me has cerrado tu puerta.

Eso dijiste.
Y no es eso lo peor, lo peor es que desde aquí fuera todas las puertas me parecen iguales y ya no sé cual es la tuya.
Todas las puertas cerradas se parecen tanto...
Tanto.


Isabel Salas

ABRE


lunes, 16 de noviembre de 2015

BOMBAS INTELIGENTES




Tres niños, dos niños,
un niño.

Tiraron una bomba
y ya no hay niños.

Con precisión quirúrgica,
de bombas listas, 
inteligentes.

¿Cultas?

Bombas muy elegantes,
con don de gentes,
que van a la escuela a dibujar elefantes
 y tangentes.

Tres, dos, uno
disparen
¡Fuego!

Tres niños menos.

Que listas son las bombas,
que matan extremistas.

Los matan en el nido.

Por ser tan listas
los matan cuando chicos,
para que luego
no se compren mochilas,
de terroristas.

Que listas son las bombas
que nos protegen
de niños extremistas.

Disparen
¡Juego!

Juego de fuego,
de gente grande,


que mata niños chicos.

Isabel Salas


Poema del libro NAVAJA DE LLAVERO
@ Isabel Salas


sábado, 7 de noviembre de 2015

TU ODIO


Hasta comprendo que me odies.

Tus motivos tendrás para verme como me ves. Tus gafas de ver la vida, que te las rompieron cuando eras niño y hasta hoy miras por esos cristales llenos de telas de araña, o son las drogas que usas y te dejan así tan podrido como una rama podrida del árbol muerto que ya ni respira ni sirve para ser nido, o tal vez sea tu semen atorado que te perjudicó el cerebro o algo.
No lo sé. 

Lo que no entiendo es tu necesidad de hacérmelo saber. Ese empeño que pones en estar seguro de que lo sepa yo, como si tu odio necesitara materializarse de alguna manera y golpearme para existir de verdad.

Hacer ruido de cosa real que sale de tu cabeza y rompe cosas a golpes para tomar conciencia de que está vivo.

Siempre los golpes.
Tus golpes en los muebles, en las puertas, en mi alma, en el perro, en la esperanza, en la pared del pasillo, en la lámpara que me gustaba, en mi cara, en la tranquilidad del alma, en mi boca.

Y el silencio de después de sonar los golpes que nos hace flotar en el espacio como naves agotadas que se miran de lejos sin entender muy bien como se sale de esa película de terror y guerra en las estrellas.

Isabel Salas

domingo, 1 de noviembre de 2015

[INVITACIÓN A BEBER] Poema en el que para variar soy la musa


Agradezco este precioso poema que me dedica el poeta argentino Marcelo Gonzalez. Os dejo el link a su BLOG y a su página de FACEBOOK para quien quiera conocer algo más sobre su trabajo que sin duda recomiendo.




[INVITACIÓN A BEBER]

Isabel escribe poemas

sobre el agua 
como si en verdad los bebiera,
de una sola vez.
Como si estuviera 
llena de sed
luego de escribir
un intenso desierto
y de un sólo arrebato
hiciera de pronto llover.


O como si al final
de una larga jornada
te invitara a flotar
sobre un horizonte piélago
pintado de azul.
No la conozco,
tan solo su huella,
pero no me es indiferente
toda vez que ella
vuela en uno después
de haberla leído.
Isabel escribe poemas
como si te invitara a beber!



(A Isabel Salas)

Marcelo González



sábado, 31 de octubre de 2015

EL SANTO AL CIELO



Algunas veces me paro y miro hacia adentro. Me pasa de pronto y desde siempre, sin previo aviso, a traición ... a mansalva, a silencios.
Mi abuela Mari Tere, a quien yo llamaba de mamabuela me miraba así embobada y me decía que se me iba el santo al cielo. Aquello sonaba tan trágico y tan definitivo como puede sonar la idea de un santo volando al cielo en una mente infantil llena de imágenes absurdas como era la mía. Yo imaginaba una estatuilla de San Pancracio rodeada de ramitos de perejil elevándose al cielo para siempre, como la felicidad de comer perdices de las princesas, tan definitiva e intangible.

Mi santo, dependiendo de los días, subía disparado cual cohete espacial o con la majestuosidad de un río que se pusiera de pie, pues siempre he sido muy dada a mezclarlo todo de una manera caótica en mi corazón y en mis pensamientos, santos de carnicería con poemas sobre cipreses, deseos y realidades, besos dados o no, risas y boquitas de hijas mamando con aquel zapato tan bonito que no había de mi número pero que hubiera quedado perfecto  con el vestido azul que tanto le gustaba a mi cuarto amor.

Hasta hoy el santo se me va al cielo de vez en cuando, por el poder de mis pensamientos juguetones y como siempre lo mando al exhilio "por los siglos de los siglos", desterrado como los hijos de Eva pero al revés, lo envío al cielo, dónde no hay valles de lágrimas y todo son montañas de alegrías habitadas por seres felices.

Todavía,cuando ese momento de introspección me invade y me pierdo en los recuerdos o en los sueños, las palabras de mi abuela retumban desde el pasado y me hacen sonreír. 

Hace unos años, cuando mi abuela ya estaba viejecita, mi hija mayor que entonces tenía cinco años me dijo "mamá mira mamabuela que quieta está". Me giré para verla y me la encontré embobadita, sentada en su butaca a pocos metros, perdida en sus pensamientos, con sus ojos azules congelados y esa carita típica de quien está disparando santos al cielo mientras recuerda abrazos que no eran de su número.

Le dije a mi hija que fuera a buscar a la Pike, una perra con alergias que teníamos con la que practicábamos todas las maneras posibles de curación conocidas e inventadas. No había nada como llamarla para que se escondiese imaginando con que nuevo líquido pestoso la íbamos a embadurnar y cuanto tardaría ella en lamerlo todo para conservar su alergia invencible. Llamarla era una magia poderosa que la hacía invisible así que yo sabía que la niña tardaría.

Me acerqué a mi abuela y me senté en el brazo de su sillón, con cuidado para no asustarla le dije, mientras le daba un beso, que se le estaban yendo todos los santos al cielo, que guardase alguno para alguna emergencia.

Ella me miró enfocando poco a poco la mirada y dejó caer su cabecita en mi hombro que aún estaba cerca de ella. No dijo nada, ni yo tampoco, nos quedamos las dos así un ratito, calladas, pensativas, sin soledad, dejando el cariño flotar entre las dos mientras yo le hacía cariñitos en el pelito corto y pensaba como era bueno tenerla allí conmigo, en sus maravillosos flanes, sus cuentos, el papel de celofán azul que le puso a la televisión para protegernos la vista y tantas cosas buenas que siempre  me había dado.

Entre las cosas que, hasta hoy,  mezclo cuando mezclo cosas en mis momentos de pararme  y mirar hacia adentro, están los besos de mi quinto amor, los poemas sobre arpas, las risas de mis hijas, los mensajes de texto cachondos que me llaman a horas de fiesta, las tartas de cumpleaños, las canciones debajo del agua que mi hermana tenía que adivinar y claro, como no, los abrazos de mi abuela que siempre, siempre,  eran de mi número.

Isabel Salas

domingo, 25 de octubre de 2015

jueves, 1 de octubre de 2015

GUSTAVO

Lo voy a contar tal y como pasó, para que veas que increíble y sobre todo para que veas que suerte. No es que yo siempre tenga mucha suerte que digamos, pero esta vez sí. Te cuento. Sabes ese chico que te comenté que a veces él y yo, ya sabes...cuando encarta,  pues nos vemos y tal y lo pasamos bien. Nos entendemos  y no nos complicamos. Tenemos libertad los dos para hacer lo que queramos hacer con otras personas, y tampoco es que yo me vaya con cualquiera, dejemos eso claro, pero no hace falta que él sepa que es el único ¿ Comprendes?

No creo yo,  que yo sea la única con quien él anda, pero no quiero que él sepa que yo no salgo con otros,  se vaya a enfadar y piense que estoy colgada o enamorada o  que le voy a dar la lata o ponerme pesada.
No quiero eso.

Yo sé que si sigue saliendo conmigo es precisamente porque no soy coñazo, entiendes. Ni siquiera siempre que me llama le digo que sí...aunque me gustaría. Me gustaría poder decirle siempre sí, sin miedo que se espantara, pero le digo no para que esté tranquilo.
Contado así, parece raro, lo sé.

Pero es así que funciona la vida hoy en día. Si quieres tener a alguien no puedes presionar. Seguramente cualquier día llega una lagarta y sí que presiona y me lo quita y hasta se casa con él y será una pena, porque él no es hombre para casarse. Le gusta estar suelto, libre, hacer lo que quiere y que lo dejen en paz. Yo sería una buena esposa para él porque le dejaría hacer lo que quisiera, como hoy, pero él ni piensa en esa posibilidad ni hemos hablado de nada de eso.
Nunca.

Nos caemos bien, tenemos sexo, pero hablamos poco. La verdad casi no hablamos, no sé  nada de lo que hace, ni de sus amigos ni de su familia. Ahora que lo pienso, no sé ni siquiera que equipo le gusta, porque el fútbol le debe gustar, digo yo, pero contándote esto me estoy dando cuenta de lo poco que lo conozco. En fin, a lo que voy, hace unos ocho días estaba yo con esas ganas locas  de besos y de un poco de cariño y pensé en llamarlo, pero nunca lo hago, siempre espero que lo haga él, y nada, no decía nada. Le mandé mensajes telepáticos, pero no funcionaron. Esperé un par de horas y como no se me pasaban las ganas pues pensé que le podía mandar un mensaje que es menos serio que una llamada, porque una nunca sabe qué puede estar haciendo la persona cuando la llamas y si puede hablar o quedarse en una situación comprometida, así que decidí que un sms sería lo mejor. Una frase clara, corta y que pudiese responder rápidamente, pero que no se me notase el desespero aunque estaba desesperada. Quería que sonase poderosa, como de una mujer segura de sí misma y también que sonase así como exigente pero no a ultimátum. Muchas cosas al mismo tiempo para una frase tan corta, es verdad.

Salió así
"Te va a sorprender este sms, pero tenemos confianza para decirte que estoy con muchas ganas de unos besos y pasar un rato contigo. NO me va a gustar si me dices que no puedes. Si me dices que no, nunca más me hables porque te mando al carajo. Cansada de ti y de que te hagas el interesante. Enfadada de esperar que me llames y tú no dices nada, ni de quedar, ni si te gusto, nada. Estoy en casa, si en media hora no apareces, dispuesto a sexo salvaje, nunca más querré verte."
La verdad que salió todo lo contrario de lo que había planeado, eso lo reconozco. Tal vez más sincero, aunque  poco diplomático y casi una amenaza de la mafia sexual, pero eso no fue lo peor. 

Verás, con la vergüenza de la situación y la prisa, al poner destinatario, me equivoqué. Hay un amigo del trabajo que se llama igual y yo, tan gilipollas, se lo mandé al Gustavo que no era. Vaya mierda. Ni me di cuenta, pensé que estaba enviado correctamente al destinatario correcto y ni lo confirmé.

Estaba caliente, nerviosa, avergonzada, pensando que la había cagado y a punto de llorar. Sabes cuando te pones tan mal que te entran ganas de cortarte el pelo, aunque sean las puntas. Pues así. Eso es fatal, siempre que me corto el pelo estando de esa manera me arrepiento, por eso  decidí ducharme a ver si se me pasaba la calentura y de camino evitaba las tijeras y pasaba la media hora maldita para comprender que lo había perdido para siempre.

Cuando salí del baño atontada de los vapores casi se me había pasado el odio,  me puse una camiseta y con el pelo mojado me fui a la cocina a comer sin hambre. Cuando sonó el timbre yo estaba pelando un plátano, y me puse tan contenta pensando que era él, mi amante amoroso y dispuesto, que ni pensé en terminar de vestirme comprendes, porque ya  hay una confianza, y la verdad que tampoco caí.

Llegué corriendo a la puerta , la abrí super feliz, y allí estaba parado el tío que trabaja en recursos humanos, uno alto con el que yo podría haber hablado unas cinco veces en tres años y que un día que llovió y yo estaba sin coche, me había traído a mi casa. Ni me acordaba que se llamaba Gustavo ni entendía que rayos del infierno estaba haciendo en mi puerta.

Me quedé como sin habla comprendes, allí en pie mojada, medio desnuda, sin bragas ni falda, solo con la camiseta que mal tapaba lo mínimo, un plátano en una mano y la cara de idiota mayor que te puedas imaginar, como esperando a ver que decía aquel hombre y qué quería y que se explicase. Entonces él dijo:

- Estoy dispuesto.

Flipante, ¿ no?  Yo iba a contestar dispuesto a qué, pero entonces caí en la cuenta.
Gustavo Diaz R.H.. Me vino a la cabeza su nombre y su cargo y comprendí lo que pasaba al tercer beso. Porque mientras yo deducía lo que había pasado él ya había entrado, ya se había lanzado y me estaba metiendo mano super salvaje, justo como me lo estaba pidiendo el cuerpo desde hacía horas y exactamente como yo pedía en el sms.

Parecía tener nueve manos el tío, que eficacia, y yo no voy a decir que resistí, sería mentir. Lo pasé de puta madre, la verdad, aquel polvo inesperado con el Gustavo que no era mientras el Gustavo que era ni lo imaginaba me puso a mil por hora. Me sentí tan moderna, tan siglo XXI, que le saqué hasta la ultima gota al salvajismo aquel.

Resumiendo, que desde ese día en vez de un amante  con el que no hablo de fútbol, tengo dos. Que para más ventajas, los dos se llaman igual y puedo gritar el nombre sin temor a equivocarme ni ofender, que una cosa es que no haya amor y otra que llames a un tipo por el nombre de otro, que eso siempre da mal rollo, comprendes.

Lo que sí he hecho es poner en la agenda una A. de alto en el Gustavo alto y en el otro he puesto una M. de morenito, para no volver a meter la pata que esta vez he tenido suerte, pero ese tipo de cosas no pasan todos los días y no quiero que se joda nada.

Nada más que yo, que nunca en mi vida he estado mejor servida, no sé si me entiendes. Fíjate que el otro Gustavo llamó al día siguiente diciendo que estaba con ganas y yo pues le dije que también, y desde entonces los voy intercalando.

Para no ponerme pesada ni  cansar a ninguno de los dos, ni que se asusten, ni que crean que estoy enamorada. Ya te lo dije al principio, increíble todo esto, ¿ verdad?
Que suerte amiga.
Que suerte.

Esto es como un milagro, entiendes.

Isabel Salas

De mi libro @ El canario y la máquina de coser

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